jueves, 10 de marzo de 2011

Leandro N. Alem

Semblanza de Leandro N. Alem

Recordar la personalidad de Leandro Alem, egregio tribuno de la Democracia, del Federalismo y de las libertades en la República Argentina, fundador de la Unión Cívica Radical; no puede ni debe constituirse en un homenaje de características necrológicas ni mucho menos una oración fúnebre. Porque estamos convencidos que Alem está hoy más vivo que nunca.
Nuestro homenaje a Leandro Alem no puede circunscribirse solamente a la exaltación de esa personalidad apasionado, de esa conducta firme, de esa vida austera, de ese carácter recio, de esa conciencia solidaria, de ese espíritu intransigente tan característicos de su trayectoria pública como jurista, como soldado y héroe de batalla, como poeta romántico, como caudillo de multitudes, como orador de barricada, como legislador y estadista, como líder revolucionario y como H:. Mason que como tal mantuvo contra viento y marea sus ideales, marcando a fuego la historia nacional en los últimos lustros del siglo XIX, perpetuándose en este tercer milenio. Si nos limitáramos tan sólo a considerar a Alem como un hombre de acción y no de ideas, o si juzgáramos su personalidad y a su obra como "un carácter" como solía sostener el General Mitre, nos encontraríamos ante un evidente y palmario error conceptual, desconociendo el verdadero sentido del pensamiento, la obra y la lucha de Leandro Alem.


Alem hacia 1890
Fue Alem un luchador por el derecho del pueblo al sufragio universal como medio de legitimación de las instituciones de la república, porque tenía además la íntima convicción de que el ciudadano debía dejar de ser un mero espectador en el manejo de la cosa pública para convertirse en partícipe activo en la toma de decisiones de los destinos nacionales. Y para hacer efectivo ese derecho inalienable del pueblo, Alem no trepidó en recurrir a la revolución - recurso extremo contenido en la "ley natural de los pueblos", al decir yrigoyeneano - para regenerar las prácticas políticas de nuestra Patria.
Y es así que 26 de julio de ese año estalló la revolución cívico-militar conocida como “Revolución del Noventa” o “del Parque” porque en el Parque de Artillería (hoy Tribunales) se concentró la actividad y el comando revolucionarios. La Junta de Gobierno era presidida por Alem, mientras que el General Manuel Campos, mitrista, comandaba las fuerzas militares revolucionarias. Hubo cantones o trincheras revolucionarias en varios puntos de la capital y de las provincias del interior.
La revolución duró tres días, dejando un saldo de varios muertos y heridos. Finalmente se acordó un armisticio. Campos había negociado con Roca una futura presidencia de Mitre. La Revolución estaba vencida, pero el Gobierno estaba muerto, dijo un senador opositor a Juárez. Hubo una amnistía a los revolucionarios y el presidente debió renunciar siendo sucedido por Carlos Pellegrini, su Vicepresidente.
La Unión Cívica se organizó en todo el país y consagró su fórmula para los comicios de 1891: Bartolomé Mitre- Bernardo de Irigoyen. Sin embargo, Roca tentó astutamente a Mitre con una candidatura de unión nacional, a cambio de que Mitre desplazara a Irigoyen de la fórmula. Alem dice a Mitre: “No acepto el acuerdo, soy radical, radical intransigente...”.
Se produce la ruptura de los cívicos. Los mitristas que aceptan el acuerdo con Roca pasarán a formar la Unión Cívica Nacional, de vida efímera, mientras que los intransigentes que lideran Alem y su sobrino Hipólito Yrigoyen constituyen la Unión Cívica Radical, nacida el 26 de junio de 1891.


La muerte del líder
El 1 de julio de 1896 una noticia había conmovido a la república. Se había quitado la vida Leandro Alem -‘El viejo’ joven de canas y barbas blancas- cuando contada con cincuenta y cuatro años- dentro delvehículo que le conducía hacia el Club El Progreso. En su casa lo esperaban en esa mañana fría y lluviosa siete amigos que había convocado con carácter de urgente para “hablar temas políticos”. Uno de ellos comentó que Alem -fundador y padre del partido radical, la Unión Cívica e hijo de un hombre de acción de Juan Manuel de Rosas fusilado después de Caseros- en un momento dado interrumpió el diálogo para ingresar a su dormitorio para salir minutos después con el sombrero puesto y un poncho de vicuña, clásico en su vestimenta, envuelto en el cuello. Prometió regresar en contados minutos.
Cuando anunciaron haber hallado al líder y guía político con su sien destrozada por un balazo que él mismo había disparado se encontró sobre su cuerpo un papel donde podía leerse: “Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas, en la calle o en cualquiera otra parte”. Al parecer el estampido de la bala había confundido al cochero con la detonación de cohetes que se quemaban durante varios días celebrando la fiesta de san Juan y san Pedro. Las casualidades de la vida. El primero en ocuparse en el trasladar los restos de quien se caracterizó durante su existencia como pobre, austero, principista, incapaz de acuerdos y flexibilidades, y temperamentalmente defensor de los desposeídos fue el doctor Roque Sáenz Peña, presidente del Club El Progreso, su adversario político.


Su testamento político

Leandro N. Alem el romántico, poeta, lírico; combatiente en Pavón, Cepeda y en la guerra del Paraguay; jurista; fundador de la Unión Cívica de la Juventud, de la cual surgió la Unión Cívica Radical (UCR); legislador e inspirador de la revolución de 1890, que produjo la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, antes de su muerte, escribió su testamento político y lo dejó bajo sobre, con un rótulo que decía: “Para publicar”. He aquí su contenido:
“He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble! He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña… ¡y la montaña me aplastó! He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir de un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado… y para vivir estéril, inútil y oprimido, es preferible morir. Entrego decorosa y dignamente todo lo que me queda: mi última sangre, el resto de mi vida. Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha en general, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto, será una desgracia que yo ya no podré ni sentir ni remediar…Ahí están mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo el que me dicta estas palabras, ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado en un solemne recogimiento. Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente. En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción en bien de la patria. Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer impulso, y, sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales. ¡Adelante los que quedan! ¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores! ¡No importa! Todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra: ¡deben consumarla!

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